¿El empleo como fin último?

 

Conclusiones del ejercicio práctico sobre la actividad «Orientar mejor hacia el empleo optimizando el vínculo entre educación” y “sociedad”». En la clase del 20-09-203 analizamos un artículo de la Revista Iberoamericana de Educación. En él se planteaban las típicas dudas relacionadas con las salidas laborales del alumnado, cuáles están siendo las salidas más exitosas, a pesar del mutable futuro, y cuáles son las claves para lograr que los estudiantes tengan una exitosa inserción laboral. 

¿Dónde está el problema? ¿Está en la universidad, está en el Estado que no se deja persuadir por las empresas para formar a los futuros trabajadores, está en el Sistema Educativo o está en la sociedad española? Las preguntas que nos podemos plantear al respecto no son pocas. Podríamos hacer muchas más. Lo que tenemos claro es que la educación debe de ser pública y gratuita. Es la única manera de democratizar y hacer mucho más equitativa a la sociedad. La privatización atiende a intereses particulares e individuales que no compete a la educación primaria. En este sentido, a nadie le cabe en la cabeza que se cree un colegio de Renault en Valladolid para crear salidas laborales e ir dirigiendo a un grupo de ciudadanos hacia una salida laboral desde bien pequeños. Por ello, la enseñanza debería atender a los conocimientos generales a los que un alumno pueda llegar para desprenderse de la inocencia. A lo largo de su progreso por el Sistema Educativo, los alumnos se van dirigiendo hacia áreas de conocimiento por sí mismos. Pero ya casi al final de su educación obligatoria. Aquí no debería caber otra cosa que el aprendizaje y la captación de cultura. En adelante, ya se verá. Pero durante todo este periodo la educación no debería de tener una finalidad económica y por lo tanto tampoco debería de tener una afinidad con la economía. 

En España existe una gran diferencia entre la Universidad y la Formación Profesional. Hay un gran problema y es que se ve como un fracaso esta segunda salida, la que se comprende dentro de los ciclos formativos. El caso es que se ha creado una sobreformación que supera con creces a la demanda y a la oferta laboral. No hay salidas para los graduados universitarios. No caben tantos en el sistema. Sin embargo sí que existe una gran demanda de gente formada en ciclos o grados superiores dada su especialización laboral. Cuando un alumno universitario sigue el cauce lógico impuesto por la sociedad, lo sigue durante todo el sistema educativo, y cuando acaba su grado, o el máster que haya elegido, se sigue encontrando con las mismas dudas que cuando terminó bachillerato: y ¿ahora, qué?

El problema no se encuentra en que la educación esté desprendida de la demanda laboral, sino que, bajo mi juicio, no existe una orientación específica para los alumnos. Estos, van haciendo lo que les va gustando hasta que termina su enseñanza. Las empresas ya tienen sus medios para la especialización, las formaciones laborales. Es impensable que el Estado pueda asumir la especialización de todas las salidas laborales que existen, y, este, no debería de ser su cometido. El Estado, dados los problemas de sobreformación  y de desconcierto general del estudiante, debería de establecer mejores marcos para la orientación de su alumnado y de esta manera ayudar a conocer cuáles son las salidas laborales que existen y cómo lograrlas. Pero existe un problema más que se suma a la casuística, hasta que una persona no ejerce una profesión, no sabe si le gusta o no. En la universidad, casi todos los grados tienen prácticas, y con ellas los universitarios van conociendo sus posibles inserciones laborales, pero son pocas y se hacen demasiado tarde. Solo existen, bajo mi opinión, dos grados que posibilitan y ofrecen claramente al estudiante el manejo contínuo con su profesión: y estos son los grados de Magisterio y Educación Infantil. ¿Por qué cualquier estudiante no se puede enfrentar, tanto como ellos, a su orientación laboral? Aquí, tienen un papel clave las empresas y son estas las que muchas veces se niegan a ello. No quieren aceptar becarios o no quieren atender a personas en prácticas, porque les compromete económicamente y va en contra de su garantía productiva.

Por último, me gustaría hacer un pequeño hincapié en cuál es la expectativa general de inserción laboral. Aunque muchas personas, por los derroteros de la vida, necesitan trabajar desde bien jóvenes, no creo que ello deba ser la regla general. El Estado debería garantizar el sustento económico de sus estudiantes. Esto es sin duda muy difícil e idílico, pero posible. Deberíamos de dejar, como sociedad, de demonizar que una persona se incorpore al mundo laboral tardíamente. No es un fracaso personal empezar a trabajar con 24-25 años. Aún con esa edad, no sabemos lo que realmente nos gusta. Es poco a poco, probando, como lo conocemos. Quizás, el verdadero éxito de una educación es permitir que los estudiantes puedan estudiar sin mayores preocupaciones que las de aprender y que, además, puedan tener la ocasión de conocer qué profesión le es más a fin. De esta manera, conseguiremos ya no solo una educación de calidad e igualitaria, sino que las personas sean felices. 


Alegoría de la Tierra de Néstor Martín Fernández De la Torre

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